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El reto de elegir un buen nombre


Elegir un nombre adecuado para un producto es todo un desafío. Y puede marcar el futuro de la empresa.

La marca más reconocida de helados del mundo, Häagen-Dazs, es un vivo ejemplo de ello.

A pesar de no tener ningún significado, la marca debe buena parte del éxito a haber elegido ese nombre. Häagen-Dazs nació en Estados Unidos, en la década de los sesenta. En aquel momento, los consumidores estadounidenses se interesaban cada vez más en alimentos de alta gama y estaban fascinados por los productos europeos artesanales.

Reuben Mattus y Rose Vesel, un matrimonio de neoyorkino, que trabajaban en una empresa de helados, quisieron aprovechar ese contexto. En 1959 dejaron su trabajo y crearon su propia compañía. Decidieron llamarla Häagen-Dazs, un nombre que no significa absolutamente nada pero que evoca sofistificación y lleva nuestra mente a pensar en Europa.

El matrimonio decidió centrarse en una nueva categoría de producto: los helados premium, lo cual les sirvió para posicionarse rápidamente en el mercado. La estrategia de comercialización de la empresa fue apostar por el segmento universitario donde las muestras gratuitas de los helados inundaron, primero, la Universidad de Nueva York y, posteriormente, el resto de campus del país. 

Ofrecían helados de una textura más cremosa que otros helados de consumo masivo; apostaban por fabricarlos con ingredientes de alta calidad y, desde luego, les vendían más caros que la competencia. 

Más adelante, en 1983 la familia vendió Häagen-Dazs a uno de los mayores fabricantes de pastelería del mundo, Pillsbury Company, que hoy forma parte del grupo General Mills. Bajo la nueva dirección, el producto se extendió por todo el mundo. 

El éxito de la marca se basa en la calidad del producto y, sobre todo, en la vinculación con los valores europeos que canalizó a través del canal gourmet de las grandes superficies y de sus propias tiendas.

Lograr una identidad marcada y fácil de reconocer es el principio del éxito.

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