En los talleres y cursos de creatividad que imparto realizo una actividad muy sencilla, nada más iniciar la sesión. Los participantes se sitúan en círculo y entrego a uno de ellos un objeto cotidiano y le pido que diga en voz alta para qué sirve ese objeto. Tras responder a la pregunta, entrega el objeto a la persona que está justamente a su lado y ésta ha de contestar a la misma pregunta y así sucesivamente con el resto de los participantes.
En las rondas iniciales, las respuestas son tan obvias y tan concretas que en poco tiempo se quedan sin saber que decir. Afloran entonces los miedos de las personas, sus juicios y el pensar sobre lo que pensaran los demás si dicen algo "inapropiado".
Este es el proceso que seguimos durante toda nuestra vida. Similar al de un mueble que se pinta y se barniza muchas veces. De tal modo, que las preocupaciones, críticas y miedos se van acumulando y así es muy difícil estar en contactio con quien realmente somos. Con la esencia de nuestro ser creativo.
Las personas, no te quepa duda, somos seres creativos por naturaleza. Si dudas, de esta premisa observa a cualquier niño de cuatro años y tendrás la evidencia.
La clave en la situación anteriormente descrita es obvia: desprendernos de las capas de pintura.
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