Desde la antigüedad, existen numerosos ejemplos de materiales obtenidos de la tierra que fueron utilizados como herramienta para realizar trazos: el carbón, la tiza, ...
Estas sustancias se molían y se mezclaban con saliva o grasas animales para formar una pasta que posteriormente se untaba en las paredes porosas de las cuevas. Son los primeros vestigios del arte humano.
Luego, como ya he comentado en otras entradas, los pintores y los empleados de sus talleres fabricaron sus propias pinturas y barnices (hasta la llegada de los primeros tubos de óleo a comienzos del siglo XIX).
Antes de eso, a principios del XVI, los lugareños del Distrito de los Lagos en Inglaterra descubrieron un material totalmente nuevo para ellos. En el fragor de una colosal tormenta, un rayo arrancó de raíz un roble gigante dejando a la vista una sustancia que parecía una especie de plomo adherido a las raíces más profundas.
Se le denominó "plumbago", ya que se creía que era un tipo de plomo negro en lugar de una forma de carbón (el grafito). El material fue inmediatamente apreciado por los habitantes de la zona por ser particularmente eficaz para el marcado de ovejas y empleaban pequeños trozos para ese fin.
Cualquier uso alternativo del grafito para marcar se produjo en sus inicios a través de pequeños trozos sacados de contrabando de la mina que la caída del rayo había dejado al descubierto. Los primeros usuarios descubrieron que el grafito manchaba la mano y también que cuando se usaba se volvía quebradizo. Por esta razón, empezaron a crearse las primeras fundas fabricadas a partir de pequeñas tiras de piel de oveja o trozos de cuerda.
Las minas de esa localidad inglesa, Borrowdale, siguieron siendo la única gran fuente de grafito de buena calidad y sus lápices pronto fueron exportados a varios países europeos. Estos distintivos palitos cuadrados de grafito eran conocidos en toda Europa por su calidad y por la fuerza de su trazo.
Los primeros intentos de crear barras de grafito a partir de grafito en polvo, se hicieron en la década de 1660, en Nuremberg, Alemania, pero no fue hasta las guerras napoleónicas de finales del siglo XVIII cuando los embargos comerciales obligaron a los franceses a desarrollar un método alternativo para fabricar minas de lápiz. Un oficial del ejército francés, Nicholas Jacques Conte, desarrolló una mezcla de arcilla y polvo de grafito (producido a partir de un grafito de menor calidad) que se cocía en un horno.
Este avance, en la práctica, puso fin al monopolio británico sobre la producción de lápices de calidad. Conte, que también era químico, desarrolló todavía más dicho proceso de fabricación, al darse cuenta de que el uso de diferentes cantidades de arcilla y grafito daba como resultado una marca de lápiz más dura o más blanda, lo cual se constata actualmente en la gama de lápices disponibles clasificados utilizando la escala HB. Esta escala clasifica los lápices según su dureza (H de Hard) y su negrura (B de Black).
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