En 2016, el denominado informe HOW, que cubría diecisiete países y más de dieciséis mil empleados, desveló que las organizaciones autogestionadas habían crecido un ocho por ciento, en lugar del tres por ciento en el año 2012.
De esas empresas, impulsadas por los valores, el noventa y seis por ciento obtuvo grandes resultados en innovación sistemática.
El noventa y cinco por ciento disponía de índices de compromiso y fidelidad del empleado superiores. No cabía duda de que ese mejor comportamiento suponía además un mejor rendimiento: el noventa y cuatro por ciento de ellas informaron de que su cuota de mercado había aumentado.
Y es que la fuerza motriz más poderosa de la cultura de cualquier empresa es mostrar una "transparencia activa" en la que los seres humanos sean más honestos y más sinceros, hagan partícipes a los demás y se muestren vulnerables.
Resulta fundamental un liderazgo basado en la visión en lugar de uno centrado en el mando y control. Cuanto más horizontal sea el organigrama, más ágil será la organización. Cuando la gestión del rendimiento es una calle de dos sentidos interrelacionada, las personas crecen.
Al final, se trata de establecer vínculos que nos unan. La colaboración en sí, es decir, nuestra capacidad de “conectar”, es sin duda un motor para el crecimiento y también para la innovación.
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