Todos los directivos de las empresas con las que he trabajado - y son unas decenas - afirman que quieren que las personas de su organización "desafíen al sistema", "digan lo que de verdad piensan" y "se sientan estimulados constantemente a que expresen su opinión".
Incluso más, la mayoría de los directivos se esfuerzan en subrayar que así es como proceden y que no hay cosa peor para la creatividad y para la innovación que el hecho de silenciar las críticas y hacer caso a los elogios que les propician.
La realidad, cuando hablo con los colaboradores, es bien distinta. Estoy seguro de que no se trata de una cuestión de falta de sinceridad lo que hay detrás de los comentarios de los directivos. Sencillamente, no se dan cuenta de lo que hacen.
A veces, pueden llegar a ser señales muy sutiles pero los directivos emiten constantemente señales. Los colaboradores las leen estupendamente bien y saben perfectamente quiénes son los directivos que demandan, en realidad, una admiración incondicional e irreflexiva. Y, claro está, se la dan. Por la cuenta que les tiene.
Aquellos que no siguen el juego rápidamente son etiquetados y, con el tiempo, son puestos en cuarentena de maneras variadas. El reconocimiento no sólo deja de darse a estas personas sino que cualquier intervención suya, por creativa, que sea se la considera una "boutade".
Desde luego, a las personas que nos aprecian les solemos dar otro trato. Aunque sus ideas y sus contribuciones vayan siempre en la línea de los pensamientos del directivo.
Comentarios