Piensa en la última vez que sugeriste una idea en una reunión y la persona de más jerarquía en la sala (tal vez fueses tú) te criticó por soltar tu idea. No importa si tu idea era una "tontería" o si la respuesta de la otra persona fue brillante... o al revés. Piensa en cómo te sentiste.
Formúlate las siguientes preguntas: ¿creció tu consideración por la otra persona por decir aquello?, ¿te infundió nuevos y renovados ánimos para volver a tu trabajo?, ¿hizo que aumentara tu entusiasmo por volver a dar otra idea en alguna otra ocasión la próxima vez que estuvieras con esa otra persona en una reunión? Estoy seguro de que las respuestas a todas las preguntas son "no".
Así, seguro que sin proponéreselo, la persona en cuestión ha provocado una cadena de consecuencias:
1) los demás están heridos;
2) los demás le guardan rencor;
3) es muy probable que la próxima ocasión prefieran guardarse la idea para sí mismos.
¿Más claro todavía? Los demás pensaran de estas personas:
1) que son estúpidos (el comentario no necesariamente ha de ser lesivo, pero suele ser muy poco agradable que le tumben a uno su idea sin dedicarle apenas tiempo a valorarla primero);
2) no crean un ambiente adecuado para trabajar a gusto;
3) su base de conocimientos queda muy reducida (sólo dispondrán de sus ideas, no de las de los demás).
Lamentablemente, muchas de estas actuaciones que hemos sufrido varias veces en nuestras propias carnes, las replicamos con los demás. Toda una paradoja.
Deberíamos empezar por escuchar de verdad y por reconocer.
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