Todo parece indicar que los coches eléctricos hallaran un hueco en nuestras calles. Pero el sigilo con el que se mueven es un
problema. El ruido de los tradicionales motores de combustión de
nuestros coches, que muchas veces resulta molesto, es un factor
esencial en la seguridad vial, sobre todo en la de los peatones cuando
nos movemos por la ciudad. En el caso de las personas ciegas o con
graves problemas de visión, se trata sin duda de una información fundamental
sobre el entorno.
Los coches eléctricos no producen ruido alguno, por lo que la referencia del ruido del motor es prácticamente inexistente. El mayor peligro
se da cuando los coches van despacio, por ciudad o marcha atrás, porque
son casi completamente silenciosos. De momento, este tipo de vehículos no son muy numerosos, pero ante la perspectiva de que su presencia vaya en
aumento, muchos advierten de este potencial
problema de seguridad. Lo que parecía (y es en muchos casos) una
ventaja, se convierte en un inconveniente
La solución a este problema es introducir en estos vehículos un
sistema de sonido hacia el exterior que alerte a los demás actores de
la circulación (peatones, ciclistas, etc.) de su presencia. Pero ¿cómo
suenan los coches que no suenan? Fabricantes y reguladores exploran
desde hace años distintas ideas para encontrar su voz ideal, atendiendo a
varios criterios:
1. Alerta: el sonido tiene que indicar la presencia de un vehículo, pero no ha de confundirse con ningún otro sonido habitual en el entorno.
2. Orientación: al
igual que ocurre con los coches de gasolina, el sonido tiene que servir
para saber, al menos aproximadamente, dónde está el coche, en qué
dirección va y a qué velocidad.
3. Que no sea demasiado molesto: ha de ser un sonido habitual, por lo que no debe resultar molesto o alarmante, como pueden ser las sirenas de policía.
4. Estandarización: un criterio especialmente relevante. Desde el punto de vista del marketing,
para las marcas podría ser atractivo dotar a sus coches de un sonido
único y reconocible. Incluso cada usuario podría querer personalizar el
suyo, igual que elegimos la melodía para nuestro móvil. Pero, en cambio, para que
todo el mundo aprenda a interpretar rápida e intuitivamente el significado de
este sonido, es capital que todos los coches utilicen el mismo, o al
menos similar.
La conclusión de este estudio es sorprendente. El sonido más seguro para un
coche eléctrico es… el de un coche. De manera que si un vehículo no suena como tal,
solamente hay que añadirle una grabación.
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Es una paradoja que una tecnología nueva se vea obligada a imitar a su
antecesora por motivos que nada tienen que ver con la tecnología y sí
con sus usuarios, pero este fenómeno, bautizado en diseño como esqueumorfismo, es en realidad muy habitual y nos topamos con él muchas veces al día aunque no nos demos cuenta.
No es sólo de una tendencia estética. El esqueumorfismo nos
facilita el aprendizaje cuando nos enfrentamos a un medio nuevo, proporcionándonos elementos conocidos como referencia. Si, por ejemplo, pasamos de tomar notas en un cuaderno a hacerlo en una aplicación, el
cambio nos resulta más cómodo, y en cierta forma tranquilizador, si la
aplicación en cuestión tiene forma de cuaderno.
En el caso de los
coches, supone añadir a los modernos y silenciosos vehículos eléctricos
un elemento accesorio, propio de una tecnología menos avanzada y del que
creíamos que librarnos era una ventaja, sólo con el objeto de hacer la
transición más fácil y segura.
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