La ausencia de evaluación proporciona libertad, algo esencial para crear y para inventar.
Este proceder choca frontalmente con los hábitos sociales y laborales donde la evaluación está a la orden del día. La tan ansiada rentabilidad económica de las ideas o la pertinaz exigencia de resultados académicos son un ejemplo de ello.
Lo cierto es que cuando una persona no se siente evaluada, piensa más libremente. Y, obviamente, potencialmente es factible estar en contacto con más y con mejores ideas.
Comentarios
Enteramente de acuerdo, aunque con matices ... me explico :) ... no hay cosa más enervante, por ejemplo, que tener que pasar cuestionarios de evaluación al final de una formación, -cuando los participantes deberían estar besando por donde pisas :)- y resulta que no has despertado un entusiasmo desaforado (bueno, lo normal es que DESATES dicho entusiasmo, pero aún así :)
En definitiva, que la evaluación puede jugar el papel del esclavo que sostenía la corona de laureles sobre la cabeza del César, recordándole que era humano. En definitiva, que algo de presión resulta indispensable para conseguir resultados; pero confieso que el auténtico reto -esto sería de Nóbel- está en identificar dónde está el umbral de presión que permita que se consiga.
¡ Jeje !! Pues a seguir persiguiendo el dicho Nóbel :))
Desde luego, cierto grado de tensión siempre es necesario. Pero si uno hace lo que hace pendiente de la evaluación (sea propia o sea de los demás) verá limitada la producción de sus ideas (y por lo tanto su éxito).