Este término fue acuñado por Gerald Hirsberg. Hilrsberg creía en la conveniencia de emparejar en un proyecto a diseñadores con prioridades diferentes y distintos estilos de trabajo. El choque hacía que saltaran chispas creativas, pero, además, tenía otra ventaja: daba a ambos diseñadores la libertad de centrarse en su propia especialidad (por extraña que fuera) porque cada persona sabía que su compañero iba a aportar el equilibrio.
Sin embargo, cuando personas con diferentes antecedentes, experiencias y conjuntos de capacidades se unen para resolver un problema, surgen los malentendidos, se producen discusiones y pasa bastante tiempo antes de que llegue a conseguir la resolución de los problemas y el aprendizaje (si es que lo logran).
En realidad, con frecuencia la fricción se vuelve disfuncional. Los malos entendidos degeneran en desconfianza, y las partes enfrentadas se fijan más en la distancia que las separa que en los retos comunes a los que se enfrentan.
La fricción productiva depende de las personas que intervienen.
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