El primer retrovisor que se conoce en un automóvil nació en una pista de carreras, concretamente en el circuito Marmon de Indianápolis.
A principios del siglo XX era una práctica común que en la parte trasera de los coches de competición se sentara un mecánico para vigilar a los perseguidores.
En 1911, en las 500 millas de Indianápolis, Ray Rannoun no encontró ninguno dispuesto a acompañarle en la prueba, por lo que para ver a sus contrincantes se le ocurrió instalar un espejo en el coche.
Tras muchas horas de reflexión, el Jurado de la competición le concedió permiso para llevarlo en su vehículo.
Había nacido el retrovisor, que se posteriormente (1914) se comercializaría.
Desde entonces el retrovisor es una pieza esencial para la conducción de vehículos a motor y por lo tanto un elemento fundamental en la producción de cualquier nuevo modelo.
En tiempos de cámaras, radares, GPS y tecnología punta no se ha inventado aún nada que ofrezca una alternativa al retrovisor. Un simple espejo, al fin y al cabo.
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