Desde muy antiguo, cualquier marino podía calcular la latitud en que se encontraba el barco por la duración del día, por la altura del sol o por la guía de una estrella conocida sobre el horizonte. No ocurría lo mismo con la longitud. Es decir, con la determinación de la posición de los meridianos terrestres, para lo que es preciso saber qué hora es en el barco y también en el puerto base u otro lugar de longitud conocida, en ese mismo momento. Los navegantes pueden convertir la diferencia horaria en separación geográfica. Dado que la Tierra tarda 24 horas en dar un giro completo de 360º, una hora supone la vigesimocuarta parte de una rotación (es decir, 15º) . Por tanto, cada hora de diferencia entre el barco y el punto de partida supone un avance de 15º de longitud (ya sea hacia el Este o hacia el Oeste). Así es posible situarse en las superficies marinas. Pero hasta bien entrado el siglo XVIII, el viejo problema de la longitud seguía sin resolverse: nad...
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