El objetivo del ultraísmo fue superar al modernismo, que consideraba recargado y anacrónico. Su propuesta era renovar la poesía, despojándola de lo ornamental y lo sentimental para convertirla en un arte más conciso, audaz y visual.
Estos postulados definían su estética:
Reducción del poema a su esencia: eliminación de adornos, anécdotas y elementos narrativos innecesarios.
Supremacía de la metáfora, El poema debía construirse como una red de imágenes fuertes y sorprendentes.
Rechazo de la rima y de la puntuación tradicional para dar mayor libertad al ritmo y a la interpretación.
Influencia de la modernidad, Aparición de máquinas, ciudades, ciencia y tecnología como temas poéticos.
Síntesis entre arte y ciencia. La poesía ya no era solo emoción, también podía ser precisión e innovación.
En muchos sentidos, el ultraísmo fue una poesía de ruptura: rompió con lo viejo y abrió puertas a lo nuevo. Fue una chispa creativa que, aunque breve, sigue iluminando rincones de la literatura contemporánea.
El movimiento fue impulsado en España por Guillermo de Torre, Rafael Cansinos Assens y otros jóvenes poetas desde distintas revistas. Sin embargo, su mayor eco se dio en América Latina, especialmente en la obra temprana de Jorge Luis Borges, quien llevó los ideales ultraístas a Buenos Aires y les dio proyección internacional.
Su lema, menos ornamento y más imaginación, resume muy bien sus pretensiones.
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