En los campos cubanos, hay un arte que no se ensaya, no se escribe, no se repite. Se siente. Se vive. Se canta. Es el repentismo, el alma improvisada de la poesía cubana.
El repentismo es el arte de hacer versos al instante, como quien respira, como quien conversa. El repentismo cubano suele moverse en la décima espinela, una estrofa de diez versos con rima y métrica precisa. ¿Lo complejo? Que el repentista la construye improvisando en el mismo momento, sin margen de error.
En una tarima rural, en una guateque campesino, dos repentistas pueden lanzarse versos como espadas, rimando con ingenio, ironía, y mucha gracia. Y todo fluye, como si ya lo supieran de memoria, aunque nada ha sido escrito previamente.
El repentismo es una demostración magistral de creatividad espontánea. No hay tiempo para pensar demasiado: hay que crear en caliente, con ritmo, con coherencia, con humor, y a veces, con crítica social sutil. Es creatividad en su estado más puro y crudo.
El repentista no solo tiene que dominar el lenguaje, sino también leer el ambiente, responder a su oponente, jugar con dobles sentidos, mientras mantiene el ritmo como si bailara con las palabras.
En tiempos donde la inteligencia artificial escribe poemas, donde los vídeos duran 15 segundos y los pensamientos se comprimen en emojis, el repentismo nos recuerda algo esencial: la creatividad humana todavía puede sorprender, sin guiones, sin filtros, solo con la voz y el ingenio.
Te dejo una estrofa repentista:
Cuando el alma se me enciende
con la chispa del instante,
brota un verso delirante
que en la voz misma se entiende.
Lo que el papel no comprende
lo improvisa el corazón,
y al compás de una canción
nace un mundo verdadero,
porque el poeta primero
no escribe: canta emoción.
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