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El descubrimiento del LSD


El doctor Hoffmann buscaba un estimulante  cardiorespiratorio para lo cual sintetizó el ergot o cornezuelo de centeno, un hongo muy abundante en Europa. 

Tras probarlo en animales, y dado que no parecía funcionar, la muestra quedó olvidada en uno de sus estantes. Años después, Hoffman tocó accidentalmente con las yemas de los dedos la sustancia y éstos absorbieron una pequeña dosis. Esas gotas le causaron extrañas sensaciones y visiones. Fue el primer viaje psicodélico de la historia. 

Para seguir estudiando la sustancia, tres días después realizó el primer experimento planificado con LSD. Hoffman se excedió con la dosis y tuvo que ser acompañado en bicicleta por su ayudante de vuelta a su casa. Este es el relato del doctor: 

«El pasado viernes 16 de abril de 1943, me vi obligado a interrumpir mi trabajo en el laboratorio a media tarde y a retirarme a mi hogar, pues había sido abordado por un fuerte sentimiento de agitación, acompañado de un ligero mareo. Una vez en casa, caí en un estado nada desagradable de intoxicación, caracterizado por una imaginación extremadamente estimulada. En un estado somnoliento, con los ojos cerrados (la luz del día me parecía particularmente deslumbrante), empecé a percibir un flujo ininterrumpido de imágenes fantásticas, y un juego caleidoscópico de colores y formas extraordinarias. Después de unas dos horas, el efecto se desvaneció».

Los psiquiatras usaron el LSD en experimentos durante las décadas de 1940, 1950 y 1960. Aunque los investigadores no pudieron encontrar ningún uso médico para la droga, las muestras gratuitas que repartieron las farmacéuticas para los experimentos fueron ampliamente distribuidas, llevando al uso general de la sustancia.

Así, por accidente, se descubrió la dietilamida de ácido lisérgico, o si se prefiere el LSD.

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