Sin embargo, las cadenas de producción no eran del todo fiables y fallaban bastante. Y la eliminación de los proyectiles defectuosos en la cadena de producción era muy cara.
A alguien se le ocurrió entonces una idea creativa: utilizar los proyectiles sin carga explosiva y dispararlos aleatoriamente.
"Un mando militar no puede permitirse tener una bomba de espoleta retardada enterrada bajo su posición, y nunca sabría cuál era cuál", señaló la persona en cuestión.
La práctica de disparar misiles sin carga explosiva se implantó y llega hasta nuestros días.
Una defensa aérea ha de ser capaz de destruir casi el 100 por ciento de todos los misiles que le llegan. Por tanto, una forma barata de derrotar a la defensa aérea (sin duda es mucho más asequible construir un misil falso que uno de verdad) es que el atacante rodee el verdadero misil de una escolta de falsos misiles.
A menos que el defensor pueda distinguir perfectamente entre los dos, se verá obligado a destruir todos los misiles que le lleguen, los verdaderos y los falsos.
Y cuando el coste de la defensa es proporcional al número de misiles que hay que abatir, los atacantes pueden hacer que este coste sea verdaderamente insostenible.
Y aquí aparece un nuevo desafío que todavía no ha sido resuelto y que no tiene una sencilla solución.
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