Alphonse Pénaud es un buen ejemplo de lo que es fracasar muchas veces. Condenado a usar muletas desde su niñez, su sueño era poder volar.
Diseñaba maquetas propulsadas por una goma elástica retorcida. Con ese mecanismo de propulsión, construyó un helicóptero de 60 cm de altura, que se elevaba hasta 15 metros. El planafóro, así se llamaba su aeromodelo, voló por primera vez en el Jardín de las Tullerías una distancia de 55 metros.
Pénaud fue también el primero en teorizar el principio de estabilidad inherente. La estabilidad inherente es la tendencia de una aeronave a volver a un vuelo recto y nivelado cuando el piloto suelta los controles. La mayoría de los aviones están diseñados teniendo en cuenta esto y se dice que son "intrínsecamente estables".
Alphonse trató de conseguir financiación para seguir soñando en poder volar, pero no la consiguió. Frustrado, acabó suicidándose.
(Postdata: El planofóro de Pénaud se vendió como juguete, el padre de los hermanos Wright les regaló uno. El juguete despertó en los jóvenes Wright el anhelo de construir máquinas voladoras para el hombre. Y en 1902 construyeron un primer planeador cuya dirección de vuelo se podía controlar a voluntad. En 1903 patentaron el primer aeroplano, un ingenio autopropulsado, con control de dirección y tripulable, para pasmo de quienes sostenían que era imposible que una máquina más pesada que el aire volase).
Así que finalmente el sueño de Pénaud sirvió de inspiración a otros.
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