Los médicos que trabajaban en el ambiente científico característico de la década de 1960 menospreciaban la lactancia materna como algo primitivo, como si se pudiera fabricar algo exactamente igual en sus laboratorios.
No se percataban de que la leche materna puede incluir componentes útiles que podrían haber pasado desapercibidos a su conocimiento científico. Confundían la ausencia de pruebas de los beneficios que supone la leche materna con las pruebas de ausencia de beneficios.
Mucha gente pagó el precio de esa ingenua inferencia: quienes no fueron amamantados por su madre corrían mayores riesgos
de contraer enfermedades, incluida una elevada probabilidad de desarrollar
determinados tipos de cáncer (la leche materna contiene algunos
nutrientes que aún desconocemos).
Además, se olvidaban también los beneficios para las madres
que dan el pecho, como la reducción del riesgo de padecer cáncer de mama.
La arrogancia y el pensamiento de “si no lo puedo ver o probar, no existe o es imposible", ha causado (y sigue causando) mucho daño.
Tenemos una tendencia natural a fijarnos en los casos que confirman nuestra historia y nuestra visión del mundo.
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