Está comprobado que las palabras que nos decimos a
nosotros mismos, y también a los demás, tienen un gran poder.
Algo parecido sucede con la
creatividad. Si uno piensa que no es creativo, probablemente tenga razón.
De hecho, la manera en que nuestra
mente suele funcionar representa un serio impedimento para conectar con el
mundo creativo. Estamos acostumbrados a utilizar la lógica, la racionalidad, a
pensar en términos de ideas encadenadas donde un pensamiento sigue a otro, a
utilizar palabras para nombrar, describir y definir. Y así es como nos enseñan
a pensar (y pensamos) prácticamente desde que nacemos.
Este tipo de pensamiento
(vinculado en exclusiva a una parte concreta del cerebro: el hemisferio
izquierdo) no tiene nada de malo en sí mismo.
Pero cuanto más utilizamos esta parte del cerebro y esta manera de
pensar más se convierte en forma de pensar dominante.
Y necesariamente esto conduce a una infravaloración
de las (enormes) potencialidades del hemisferio derecho. Algo que hoy en día
continúa, desafortunadamente, vigente en los procesos educativos de nuestros
hijos. Y, claro, todo ello nos aleja del pensamiento creativo.
¿Qué hacer entonces? Lo mismo que podemos hacer con las palabras que nos decimos a nosotros mismos: si
cambiamos nuestras palabras, también cambiamos nuestro mundo.
Al hablar de creatividad, la
propuesta es equivalente: si logramos engañar al cerebro y desconectar del
hemisferio izquierdo nos acercaremos más a otros tipos de pensamiento (conectados
a la otra parte del cerebro: el hemisferio derecho) y, por tanto, más a la
creatividad.
Una de las claves para ser
creativo consiste, por tanto, en engañar al cerebro. Ése es precisamente el
propósito de muchas de las denominadas técnicas creativas.
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