Las sociedades modernas se levantan sobre miles de toneladas de hormigón armado. Pero muchas de esas estructuras de hormigón están en pleno deterioro y eso es algo que preocupa cada vez más a los científicos.
Efectivamente, las grietas y los desperfectos son demasiado comunes en
infraestructuras envejecidas que llevan décadas sometidas a procesos de
congelación, sobrecarga, corrimiento de tierras o degradación de todo tipo. Los trabajos de mantenimiento y reparación suelen
ser, por otra parte, demasiado complejos y costosos.
La única solución es disponer de un
hormigón que se repare solo. Pero para ello hay que construirlo, claro.
Y eso es lo que están haciendo los científicos. Para ello, se fijaron en la capacidad de los sistemas biológicos
para autorrepararse. Así que, decidieron que la forma más sencilla
de crear un material que se arreglara sin intervención humana era creando un "hormigón vivo". O, en todo caso,
algo muy parecido.
El equipo de científicos, dirigido por Congrui Jin, buscó entre especies adaptadas a vivir en situaciones límite y seleccionó más de 20 especies de hongos
para encontrar uno que pudiera resistir a las durísimas condiciones a las que se somete al hormigón.
Todos
fallaron, excepto el Trichoderma reesei. Un
hongo respetuoso con el medio ambiente que no resulta tóxico, ni perjudicial para
la salud humana (o animal) y ya se usa en determinados procesos industriales.
Todavía falta mucha investigación pero los primeros hallazgos son esperanzadores. Parece pues que ya se ha dado el primer paso en el desarrollo de hormigones biorreparables.
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