La innovación tecnológica que se ha transferido a muchos deportes es impresionante. Pensemos en el golf. De los antiguos palos de madera dura a los modernísimos palos de titanio. Y lo mismo sucede con las bolas. De aquellas bolas blanditas de balata a las modernas y ultratecnológicas bolas actuales.
Efectivamente, las bolas actuales apenas pesan 45,93 gramos y tienen un tamaño mínimo de 42,67 milímetros de diámetro. La bola se compone de una capa superficial de uretano y tres capas internas que se adaptan a los diferentes palos con los que se golpea la bola y se comprimen para ganar velocidad. En la superficie de cada bola hay entre 300 y 500 hoyuelos de unos 0,25 milímetros de profundidad.
La aerodinámica de la bola hace que ésta vuele más recto y no se desvíe. Este hecho, unido a la propia evolución tecnológica de los palos hace que en los últimos años se haya ganado un 25 % de distancia en el circuito.
Pero eso constituye un serio problema que amenaza las instalaciones actuales y tal vez a la propia esencia del golf: los mejores pegadores cubren el 65 % del campo con el primer golpe.
Los campos ya se están quedando pequeños. Y, por otra parte, dado que también la superficie de los palos ha aumentado sobremanera, los jugadores mediocres empiezan a parecer tan buenos como los mejores.
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