Una de las cualidades más apreciadas de los niños es su curiosidad y su entusiasmo. Los niños emplean una parte importante de su tiempo en divertirse y en jugar. Forma parte de sus vidas.
Ese mismo tipo de conductas también es muy frecuente en el reino animal. Cualquiera que tenga o haya tenido una mascota lo sabe. No sucede así en el mundo de los adultos.
Somos la única especie mamífera adulta que no dedica tiempo para jugar, más allá de los estructurados escenarios que se dan un domingo por la mañana en un partido de fútbol entre amigos o jugando un poco con nuestros hijos.
Inmersos en las responsabilidades de la vida, la seriedad del mundo de los negocios y asustados por una imparable lista de "Cosas a hacer" con mucha frecuencia nos olvidamos de jugar. Sentimos que no tenemos tiempo para ello y muchas personas incluso consideran que jugar no resulta apropiado.
Jugar no sólo tiene un potencial tremendo para incrementar nuestra creatividad y nuestra habilidad de pensar de forma innovadora, sino que también está muy relacionado con nuestro bienestar. Jugar potencia nuestras emociones positivas.
Nos perdemos una gran cosa.
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