A
las empresas les iría bien afrontar dos grandes cambios cuanto antes. El
primero, renovar la percepción que tienen sobre
el fracaso. Esta es, por cierto, la gran diferencia que separa en la
actualidad al mundo emprendedor e innovador europeo del americano o anglosajón.
Mientras el primero castiga, el segundo reconoce el fracaso como un aprendizaje.
Por
otro lado, también les iría bien replantearse el modo en que se
enfrentan al proceso de la innovación. Ahora, se afanan en buscar la idea brillante como punto de partida cuando está comprobado que el 99 % de los éxitos
que se dan en proyectos de innovación que surgen de retos, oportunidades, anomalías o problemas de la vida real que consideran que merece la pena resolver.
Por
tanto, convendría transformar el paradigma de
trabajo en innovación por otro basado en un esquema donde la inspiración
basada en la vida real que nos rodea conduzca a la detección del problema para después dar con el planteamiento de
la solución y desarrollar el modelo de negocio.
En suma, hay que estar dispuestos a fallar y a aprender rápido para buscar el coste más barato.
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