Numerosos
turistas visitan Barcelona, la ciudad en la que vivo, atraídos por las casas
modernistas. De hecho, una de las rutas más comerciales es la que se denomina
Ruta del Modernismo. Hasta los propios ciudadanos nos hemos unido en el
reconocimiento a las magistrales obras de este peculiar estilo arquitectónico.
Poca
gente, en cambio, conoce que el Modernismo tuvo un tiempo que fue un estilo muy
denostado. De hecho, los principales edificios de la ciudad que tenían esta
tendencia fueron injuriados y mutilados al considerarse aberraciones
arquitectónicas.
Efectivamente,
las nuevas tendencias (el Novecentismo) fueron muy virulentas con el
Modernismo, al que vino a suceder. Se consideraba de mal gusto las representaciones
más llamativas del movimiento ahora denostado, y muchas tiendas y comercios
fueron transformados y reformados con una forma más austera, discreta y
aburrida.
Durante
muchos años, ni siquiera el mismísimo Gaudí se salvó del desprecio generalizado
y fue necesario esperar bastantes años para asistir a su reivindicación.
Hoy,
curiosamente, nadie en su sano juicio (incluidos los locales) se atrevería a
proferir una sola palabra contra este peculiar fenómeno artístico que es el
Modernismo.
Y
es que cuando algo triunfa incontestablemente, resulta más sencillo subirse al
carro.
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