En no pocas ocasiones, las empresas buscan innovaciones espectaculares (pudiendo llegar a rechazar oportunidades que a primera vista parecen demasiado pequeñas). Otras veces, los errores están en el proceso: en concreto en el impulso por asfixiar la innovación con controles estrictos (planificación, métodos de presupuesto y análisis). También son comunes los errores de estructura, donde las empresas a menudo ligan las operaciones nuevas a los mismos procesos de los negocios ya establecidos, propiciando así el choque de culturas o incluso que se lleven a cabo planes contrapuestos.
Sin embargo, el error más recurrente y con diferencia el más trascendente es el minusvalorar y descuidar el lado humano de la innovación. Veo cada día cómo los altos ejecutivos suelen poner al mando a los mejores empleados técnicos, no a los mejores líderes. A su vez, estos ejecutivos con orientación técnica suponen erróneamente que las ideas hablarán por sí mismas si son buenas, así que descuidan la comunicación externa. O bien, enfatizan las tareas sobre las relaciones, perdiendo oportunidades de aumentar la química de equipo, imprescindible para transformar conceptos no desarrollados en innovaciones útiles.
Lograr un buen equilibrio entre explotar (obtener los máximos retornos de las actividades presentes) y explorar (buscar lo nuevo) requiere de una notable flexibilidad organizacional y de un alto grado de atención a las relaciones.
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