Hace varios años, Dean Simonton de la Universidad de California, llevó a cabo un estudio en el que examinaba más de trescientos genios creativos nacidos entre 1450 y 1850. La lista incluía a pensadores como Leibniz y Descartes, Newton y Copérnico científicos y artistas como Da Vinci y Rembrandt.
Simonton trataba de ver la relación entre educación y "la eminencia", una métrica que venía determinada una serie de criterios. El trazado de la gráfica conformaba una U invertida que le llevó a la siguiente conclusión: los creadores más destacados eran los que habían recibido una educación relativamente moderada, igual a aproximadamente la mitad de las personas de la universidad.
La investigación de Simonton pone de relieve una noción común: la familiaridad excesiva puede ser perjudicial para la creatividad. Lo opuesto también es cierto: la creatividad se beneficia con la mentalidad de una persona ajena al sector.
La investigación de Simonton pone de relieve una noción común: la familiaridad excesiva puede ser perjudicial para la creatividad. Lo opuesto también es cierto: la creatividad se beneficia con la mentalidad de una persona ajena al sector.
Demasiada experiencia, por otro lado, puede restringir la creatividad, porque uno sabe tan bien cómo deben hacerse las cosas que es incapaz de salir del enfoque habitual y llegar a nuevas ideas.
Según esta investigación, parece por tanto razonable sugerir que si deseamos contar con una solución creativa a un problema, es mejor encontrar a alguien que sepa un poco acerca de la situación, pero no demasiado.
Conviene tener en cuenta, sin embargo, el panorama actual es muy diferente al estudiado por Simonton. Un avance en cualquier campo requiere una preparación exclusiva en ese ámbito. Incluso los expertos de hoy en día no saben todo lo relacionado con su campo.
Mi recomendación es mantener siempre un punto de vista escéptico y pensar como un extraño. Pero cuando se trata de avances creativos, cuanta más familiaridad exista con el reto creativo mucho mejor.
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