Desde muy antiguo, cualquier marino podía calcular la latitud en que se encontraba el barco por la duración del día, por la altura del sol o por la guía de una estrella conocida sobre el horizonte.
No ocurría lo mismo con la longitud. Es decir, con la determinación de la posición de los meridianos terrestres, para lo que es preciso saber qué hora es en el barco y también en el puerto base u otro lugar de longitud conocida, en ese mismo momento.
Los navegantes pueden convertir la diferencia horaria en separación geográfica. Dado que la Tierra tarda 24 horas en dar un giro completo de 360º, una hora supone la vigesimocuarta parte de una rotación (es decir, 15º) . Por tanto, cada hora de diferencia entre el barco y el punto de partida supone un avance de 15º de longitud (ya sea hacia el Este o hacia el Oeste). Así es posible situarse en las superficies marinas.
Pero hasta bien entrado el siglo XVIII, el viejo problema de la longitud seguía sin resolverse: nadie sabía cómo determinar la posición exacta en alta mar con respecto a un meridiano. Debido a ello, los barcos se perdían o sufrían graves accidentes (por pensar que estaban en alta mar cuando tal vez estaban junto a la costa).
Hasta tal punto era relevante el desafío que el Parlamento británico aprobó en 1714 la concesión de un premio para quien ideara un método capaz de medir la longitud con una precisión de un grado de 20.000 libras (la magnitud de la recompensa era muy considerable si se tiene en cuenta que el astrónomo real ganaba 100 libras por un año de trabajo).
Un reloj lo suficientemente preciso como para marcar la hora universal resolvería el problema sin necesidad de mirar al cielo: los navegantes podrían comparar el mediodía del lugar donde se encontraran (es decir, el momento en que el Sol alcanza su cénit) con la hora que señalara el reloj.
Sin embargo, hasta entonces, los relojes no aguantaban el vaivén de los barcos para ser tan precisos como este sistema requería.
Un carpintero autodidacta, John Harrison se puso a trabajar en el reto. Y consiguió resolverlo de maneras muy ingeniosas.
Si te interesan los detalles de esta historia, te recomiendo la lectura de el fascinante libro "Longitud" de Dava Sobel.
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