En el budismo, el koán es una pregunta destinada a provocar que no tiene una solución lógica. Normalmente los maestros los presentan para que los discípulos se esfuercen en el acercamiento a un tipo de pensamiento y de capacidad de percepción diferente.
El maestro zen entrega a cada discípulo un koán y, en ciertos momentos estipulados, los discípulos dan su respuesta al maestro. Esta respuesta puede ser aceptada, corregida o rechazada; en este último caso, el discípulo tendrá que continuar buscando la respuesta a ese koán.
Cuando se entrega un koán, el discípulo precisa buscar una solución. Lo primero que hace es buscar soluciones evidentes y racionales. Aunque si presenta este tipo de soluciones, lo más probable es que el maestro responda "Sigue intentándolo", frente a las sucesivas respuestas sensatas, ingeniosas, agudas, humorísticas, religiosas, filosóficas o desesperadas del discípulo.
Cuando ya ninguna respuesta funciona y la frustración se apodera del discípulo, a éste solo le queda una cosa por hacer: obsesionarse.
A partir de aquí, no existe nada salvo el koán, la concentración será muy intensa intentando resolver lo que parece insoluble hasta que el koán se convierta en una palabra o una sílaba emblemática que acompañe al discípulo a todas partes.
Solo cuando el discípulo se percata de que las herramientas racionales no sirven de nada puede que adquiera otras ópticas nuevas para resolver la pregunta. Los discípulos entonces adoptan otra perspectiva que les permite acceder a una “mente zen”, abierta y creativa.
Es entonces y solo entonces cuando el discípulo está muy cerca de resolver el koán.
El maestro zen entrega a cada discípulo un koán y, en ciertos momentos estipulados, los discípulos dan su respuesta al maestro. Esta respuesta puede ser aceptada, corregida o rechazada; en este último caso, el discípulo tendrá que continuar buscando la respuesta a ese koán.
Cuando se entrega un koán, el discípulo precisa buscar una solución. Lo primero que hace es buscar soluciones evidentes y racionales. Aunque si presenta este tipo de soluciones, lo más probable es que el maestro responda "Sigue intentándolo", frente a las sucesivas respuestas sensatas, ingeniosas, agudas, humorísticas, religiosas, filosóficas o desesperadas del discípulo.
Cuando ya ninguna respuesta funciona y la frustración se apodera del discípulo, a éste solo le queda una cosa por hacer: obsesionarse.
A partir de aquí, no existe nada salvo el koán, la concentración será muy intensa intentando resolver lo que parece insoluble hasta que el koán se convierta en una palabra o una sílaba emblemática que acompañe al discípulo a todas partes.
Solo cuando el discípulo se percata de que las herramientas racionales no sirven de nada puede que adquiera otras ópticas nuevas para resolver la pregunta. Los discípulos entonces adoptan otra perspectiva que les permite acceder a una “mente zen”, abierta y creativa.
Es entonces y solo entonces cuando el discípulo está muy cerca de resolver el koán.
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