En los años cincuenta, Harry Harlow
llevó a cabo unos experimentos con monos que deberían haber cambiado el mundo.
Colocó en sus jaulas un rompecabezas mecánico. Enseguida los monos se pusieron
a jugar con los mecanismos con concentración, determinación y lo que parecía
deleite.
Al cabo de un día lo hacían con
destreza, y nadie les había enseñado ni les había recompensado, sin incentivos
ni castigos, lo que se contradecía con las leyes de comportamiento aceptadas
sobre los primates, incluidos los humanos. Lo llamó motivación intrínseca.
Los monos habían resuelto el enigma
sencillamente porque disfrutaban haciéndolo. Todas la investigaciones posteriores que se llevaron a cabo con humanos reafirmaron este extremo.
Por eso, si pagaran por dar sangre, habría menos donantes. Por eso, cuando la creatividad se incentiva o se dan premios por alcanzar ciertos resultados fracasa.
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