La paradoja existente en no pocas empresas es notable. Hablan de tener colaboradores autónomos y, por otro lado, muchos directivos prefieren contar con gente sumisa y "de orden".
Existe una evidente resistencia al cambio por miedo a perder el poder y, por otra parte, hay poca asunción de riesgos. Es natural. Ante la conducta de muchos directivos de ejercer el control aparecen los adictos al trabajo (obediencia ciega al jefe sin un mínimo de criterio autónomo), los perfeccionistas (con la consiguiente pérdida de tiempo para finalizar cualquier proyecto), los que se sienten víctimas, los protectores y los aduladores.
Cuando los directivos hablan de innovación y, en la práctica, se resisten a los cambios (en particular a los que tienen que ver con su estilo de gestión) los colaboradores no creen sus mensajes. El compromiso va desapareciendo (surgen las llamadas "culturas de presencia") y la creatividad y la innovación no tiene cabida.
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