Al hablar de innovación muchos empiezan por evaluar y rediseñar los procesos existentes pensando en que así abriran un espacio para la innovación y el cambio.
Se olvidan de una cosa. Para poder cambiar los procesos antes es necesario efectuar un cambio en las personas: cambiar modelos mentales, maneras de pensar y de actuar que han sido válidas aparentemente hasta ahora pero que de repente puede que ya no funcionen y estén obsoletas.
Y esto es lo más difícil en innovación: cambiar los modelos mentales de la gente. Existe además una verdad incontrovertible: no podemos cambiar nada en los otros. Depende de ellos, de cada uno.
Por tanto, la única cosa que los directivos pueden hacer es trabajar en sí mismos (cambiar ellos ciertos modelos mentales y asegurarse de que adquieren aquellos mejor relacionados con lo que buscan) y por otra parte generar el entorno adecuado para que las demás personas decidan también apostar por esos nuevos modelos mentales.
Desde luego, sólo cuando perciban que este aprendizaje se da en un entorno plenamente seguro pueden decidir ir soltándose e ir probando cosas que poco a poco les irán dirigiendo a esos nuevos patrones.
Es una tarea difícil (al fin y al cabo, nuestros patrones actuales están muy alejados de lo que queremos adquirir) y para cuya modificación es necesaria una acción prolongada en el tiempo.
La buena noticia: este proceso puede ser divertido, se aprenden muchas cosas (o tal vez debería decir se reaprenden porque de lo que al fin y al cabo hablamos es reconectar con la innata naturaleza creativa de los seres hunmanos) y, por supuesto, a medio plazo, tiene una incidencia directa en los resultados.
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