Antes de que se iniciase el verano trabajé con un (numeroso) equipo de personas pertenecientes a un departamento cuya misión es dar soporte al resto de la empresa. Ya había trabajado anteriormente varias veces con ellos. Y, honestamente, siempre sobre los mismos temas ya que no acababan de funcionar como ellos (y sus clientes internos) quisieran.
Pero en esta ocasión, el impacto fue bien distinto. La chispa, la fuerza, las ganas de hacer cosas y las numerosas ideas para hacer frente (de una vez por todas) a la situación fue increíble. Y evidente desde los primeros momentos. ¿Qué estableció esa diferencia? Sencillamente, el líder.
El departamento en cuestión había cambiado hacía unas semanas de líder y, este hecho, junto con una sutil renovación del equipo, modificó todas las dinámicas existentes. El líder procede de otra cultura diferente a la de la mayoría de los miembros del equipo (y también de la de la empresa) y las personas que incorporó al departamento como nuevos miembros no tienen demasiado que ver con los miembros actuales. Ni en edad, ni en experiencia, ni siquiera en cultura.
Ello me hizo recordar que son los líderes los que impulsan la creatividad y mueven hacia delante las empresas. También comprobé claramente, una vez más, que cuando el grupo es diverso posee una capacidad colectiva muy grande para hacer cosas y para innovar (siempre, claro está, que esté debidamente cohesionado).
Por eso, los líderes tendrían que esforzarse en reclutar a personas que fuesen muy diferentes a ellos mismos y al resto del equipo. Reclutar a personas con las que uno sientre afinidad es una buena práctica para replicar el pasado pero no suele ser la práctica más inteligente para generar tensión creativa y, por tanto, abordar la innovación.
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