Cuando nos quedamos dormidos soñamos sobre los problemas de la vida cotidiana. Desde hace algún tiempo, los científicos entienden los sueños como una parte integral del proceso creativo - no sólo se trata de los problemas de la vida cotidiana, se trata también de resolverlos.
En 2004, los neurocientíficos Ullrich Wagner y Jan Born publicaron un artículo en Nature que examinaba la relación entre el sueño y la resolución de problemas. Tras unas robustas investigaciones, concluyeron que dormir y soñar facilita la extracción del conocimiento explícito y un comportamiento de descubrimiento.
El mensaje de esta línea de investigación y de otras similares es que dormir no es una actividad sin vida. El sueño es simplemente un estado biológico diferente. De hecho, cuando soñamos, el cerebro está ocupado reorganizando las creencias, jugando escenarios hipotéticos y, lo más importante, solucionando problemas.
Una lección adicional de estos experimentos es que es importante acercarse a un problema con un estado de la mente relajado. Ejemplos históricos de esto incluyen Henri Poincaré, que concibió la geometría no euclidiana mientras viajaba en autobús; Arthur Fry, quien pensaba en el post-it, mientras que cantaba himnos en el coro de su iglesia, y Arquímedes, cuyo momento eureka llegó en un baño (aunque probablemente se trate de un mito). En todo caso, el reposo es clave cuando se trata de momentos de introspección.
Distintas investigaciones llegan a otra conclusión similar aunque contraintuitiva: obligarnos conscientemente a resolver un problema constituye en muchas ocasiones un atentado para determinados aspectos del proceso creativo.
Al centrar nuestra mente enérgicamente en la solución de un problema podemos estar ignorando lo que el inconsciente ya ha descubierto. Nunca sabremos lo que el 99 por ciento de nuestro conocimiento ha descubierto hasta que no lo escuchemos.
Por eso, a veces, es mejor iniciar una larga caminata o darnos una ducha caliente, o jugar una partida de ping-pong, o, como distintos autores sugieren, echar un sueñecito.
Por eso, a veces, es mejor iniciar una larga caminata o darnos una ducha caliente, o jugar una partida de ping-pong, o, como distintos autores sugieren, echar un sueñecito.
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