La creatividad es, por supuesto, indispensable para la innovación. Pero demasiada creatividad puede llegar a ser contraproducente. Y es que el apetito por nuevas ideas puede anular la necesidad de mantener el rumbo.
La creatividad se basa en la curiosidad y en la apertura. La curiosidad impulsa nuestras preguntas y nuestras sensaciones: la búsqueda de patrones, causalidad y oportunidades, y nuestros esfuerzos por cerrar la brecha entre lo que sabemos y lo que no sabemos.
Pero la curiosidad ilimitada también puede llevarnos por una ruta equivocada. Es posible que nos despistemos con cualquier pequeña cosa novedosa que vayamos encontrando y perdamos de vista nuestro propósito original.
De manera análoga también corremos el peligro de quedar sumidos en la reflexión, tratando de planificar situaciones para cada contingencia.
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