Esto es lo que se suele decir en muchas empresas punteras en innovación. Y desde luego, promover la innovación pasa por una mayor tolerancia al fracaso. Un tema que, por otra parte, está directamente relacionado con la cultura corporativa.
Quizás una de las preguntas clave a hacerse sea: ¿cómo animar a los trabajadores para que piensen en otras maneras de hacer las cosas? Y es que un porcentaje nada desdeñable de los trabajadores tiene su talento dormido.
Desde luego, los incentivos económicos tienen relación con el desarrollo y
la adopción de nuevas ideas pero los expertos también observan que cuando se incide
en este tipo de motivación el autor de la idea tiende a protegerla en exceso,
en lugar de abrirse a aportaciones de terceros que enriquezcan su propuesta.
En todo caso, convine recordar que el proceso innovador no termina con una idea, sino que empieza con ella. Las
ideas creativas son sólo el primer paso del largo proceso que supone convertir
los pensamientos en realidad.
La idea ha de materializarse, lo cual requiere - entre otros elementos - elaborar un plan realista,
gestionar la resistencia y mantener
el entusiasmo.
Este último paso, desafortunadamente, no siempre se produce en las empresas. Requiere en todo caso de elevadas dosis de
transparencia y de una potente comunicación interna. La clave es hacer que quien propuso una idea se
sienta partícipe del proyecto y conozca su evolución (incluso aunque ésta
atraviese obstáculos o termine abandonándose) y, desde luego, su éxito final (su plasmación en la realidad) suele constituir siempre el mejor incentivo.
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