Incluso en esta sociedad tan materialista en la que
vivimos, el poder del dinero tiene sus límites: hay ciertas cosas que el dinero no
puede comprar. El amor, la felicidad, los días de 25 horas, tener la conciencia
tranquila o un político honesto son cosas
que no se pueden comprar con dinero.
Algunos también añaden a esta lista la innovación. La innovación,
argumentan, es algo basado en la creatividad, y la creatividad se alimenta de
motivadores intrínsecos: la curiosidad natural, la alegría del aprendizaje, la
emoción por solucionar un problema difícil. Los motivadores extrínsecos, como
el dinero, no pueden hacer mucho para hacer a una persona más creativa. Por tanto, según este enfoque, el dinero no puede comprar la innovación. Muchas
empresas han reducido este concepto a la práctica: lanzan iniciativas de
innovación y luego esperan que los empleados participen en su tiempo libre, de
forma absolutamente gratuita.
Desafortunadamente, la investigación sobre incentivar
la innovación está todavía en su infancia y no ofrece mucha ayuda. En un
artículo publicado en 2013, Oliver Baumann y Nils Stieglitz señalaban que las
empresas podían aumentar la eficiencia del proceso de generación de ideas, si ofrecían
recompensas a sus empleados.
Sin embargo, hacían una advertencia: ofrecer recompensas moderadas
provoca un flujo suficiente de buenas ideas, pero pocas de ellas son excepcionales.
Por otra parte, aumentar el tamaño de la recompensa no hizo que aumentase el
número de ideas excepcionales. En otras palabras, las recompensas monetarias estimularon
la innovación incremental, pero no la radical.
El hecho de que el dinero pueda impulsar la innovación,
en principio, hace que el vaso al menos se vea medio lleno; el hecho de que el
dinero no logre mejorar la calidad del proceso de ideación contempla el vaso medio
vacío (o más vacío si se prefiere, dada la obsesión existente por la innovación
radical y el desprecio por incremental).
Tenemos pues que esperar a que la investigación futura aporte más
claridad al tema. Pero mientras tanto, atisbo una razón por la que incentivar la
innovación con dinero puede tener un sentido práctico. La innovación
incremental, a pesar de que muchos la consideran intrínsecamente inferior,
sigue siendo la base de cualquier cartera de innovación corporativa.
Hace unos
años el propio Larry Page, de Google, para nada un enemigo de la innovación
radical, señalaba a Forbes que alrededor del 70 % de la cartera de innovación
de su empresa se componía de mejoras incrementales de los productos básicos.
Pregúntate
lo siguiente: si fuera posible aumentar la eficiencia en dos tercios de los
proyectos de innovación de tu empresa con dinero, ¿no considerarías ese dinero
bien gastado?
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